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Convivencia escolar: aprender de las diferencias
La
escuela es una de las primeras experiencias de convivencia directa y
tangible desde el punto de vista de la diversidad. Considerándolo así
puede ser, sin dudas, una experiencia sumamente enriquecedora. Puesto
que convivencia es sinónimo de coexistencia, la misma invita a asumir en
profundidad la existencia en el más amplio sentido, no sólo de cada
persona en particular, sino de su óptica, sus vivencias, su pasado, su
presente y la forma en la que se proyecta en el futuro.
Coexiste en
la escuela ante todo el propio individuo, con su historia familiar, con
sus gustos particulares, modelando personalidades los más jóvenes,
intercambiando con la propia los adultos. Revelando cada uno, a través
del tiempo distintos matices, puesto que se integra el tránsito de
muchas etapas diferentes de la vida.
Se convive a
su vez con reglas, proyectos comunes y particulares, reglamentos,
estatutos, proyectos áulicos, además de actividades y lineamientos que
forman parte de la educación escolar en sí misma.
Considerando
sólo estos aspectos, no es ni remotamente posible la falta de conflicto
en la escuela, sin embargo, la riqueza consiste no en evitarlo, sino en
la forma de convivir, de enfrentarlo y resolverlo cada vez que surja.
Particularmente
no creo que sea correcto evitar las discrepancias para evitar los
problemas, sino aprender y enseñar a resolverlos. Hay un millón de cosas
que nunca van a ser iguales, ni siquiera para dos personas. Imposible
pretender que lo sean para todos los que conviven en la escuela.
El primer
síntoma de madurez es aceptar las diferencias que se pueden tener con el
otro, y poner sobre la mesa esas diferencias, sólo si son sinónimo de
conflicto, o proponen una metodología de trabajo, así vale convocar un
acuerdo, no para convencer y vencer, sino para ponderar y resolver. Eso
es darle racionalidad a la coexistencia, a la diversidad implícita y
necesaria.
De manera
equivocada recibimos las diferencias para construir muros, permitiendo
que distintas formas de pensar sean razón suficiente para dividir, para
separar. El grupo de los que piensan de una manera o los que se visten
de otra. Es genial identificarse y compartir puntos de vista, sin
embargo hay actitudes que empobrecen. Hay actitudes que generan sólo
división y enfrentamiento. Empobrece y genera conflicto perder la
capacidad de integrar, incluso la propia forma de ser y pensar,
empobrece y genera conflicto no ser capaz de revisar desde otros puntos
de vista la propias convicciones. Porque se pierde la posibilidad de
crecer, de mejorar o de cambiar, y se piense como se piense, siempre se
puede crecer.
No hay dos
personas iguales, no tiene porqué haberlas, los valores morales son los
que entran en juego a la hora de considerar cuántas cosas implica
convivir, cuántas cosas implica compartir el espacio escolar. Creo que
más que una cantidad de reglas previstas y métodos impartidos, hacen
mucha falta una cantidad de valores compartidos y bien aprendidos. No
sólo para los alumnos, sino para todas y cada una de las personas que
hacen a la escuela.
¿Cuándo
entonces esta diversidad es enriquecedora? Cuando cada uno enriquece,
cuando cada uno acepta lo que ofrece el otro, con la madurez de integrar
y comprender, no de intentar cambiar o criticar. Es un ejercicio que
poco hacemos, escuchar sin estar a la defensiva o preparar la ofensiva
ante lo diferente, sean gustos diferentes, opiniones diferentes, métodos
diferentes…Cada uno es diferente, si bien en esencia el mismo, cada uno
es distinto, ésta es la riqueza que tenemos que ser capaces de validar.
Sí promover el crecimiento, más todavía, acordar para convivir de
manera sana, pero a partir de la tolerancia, la comprensión, el respeto,
la paciencia, la humildad, y la sabia actitud de saber que cada uno
tiene que aprender, y que todos necesariamente aprendemos de los otros.
Inculcar
estos pequeños valores deja a las normas en segundo plano, puesto que
son el eje moral mismo que sostiene las reglas de convivencia. Aprender a
convivir en la escuela y en el aula, es un ejercicio de cada minuto. La
clave consiste en aprender y enseñar a disfrutar, que cada uno tiene su
parte para dar e integrar, con una actitud abierta y positiva,
promoviendo, alentando e incentivando cada vez las mejores virtudes y
valores.
Así y sólo
así, puede cambiarse el punto de vista, no “sobrellevar” esa
coexistencia, ese diario convivir, sino disfrutarlo. Ofrecerlo desde
otro ángulo para no separar, para no dividir, claro que hay problemas
(¡vaya que los hay!), claro que hay disenso, rebeldía y tanto más. Es
proponer la convivencia desde otro lado, centrarse en todo lo bueno que
puede dar lentamente puede revertir todo lo que incomoda y malogra.
Nadie viene con manual, y la convivencia en la escuela es siempre
diferente, como que cada uno es diferente. Todos necesitamos aprender de
todos permanentemente. Necesitamos aprender lo bueno, y enseñar lo
bueno, nuestros jovencitos necesitan aprender lo bueno, y deben también
mostrarnos y enseñarnos lo bueno que hay en ellos. A eso me refiero con
ofrecerlo desde otro ángulo, alentando, incentivando y resaltando sus
virtudes, para que disfruten integrar otras nuevas y valoren y refuercen
las propias.
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